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Cuando se habla de contaminación acústica, muchas personas piensan que el ruido únicamente afecta a las personas que se encuentran cerca o que perciben fuentes sonoras a decibeles muy altos.
La contaminación acústica es considerada como uno de los principales problemas de polución del siglo XXI. No obstante, los seres humanos aún no son conscientes de los ruidos que producen y del efecto que tienen para la fauna, especialmente para los animales acuáticos.
El aumento de la contaminación acústica provoca efectos crónicos que pueden causar afectaciones a la capacidad de los animales para comunicarse entre sí y reproducirse. Por ejemplo, esto está sucediendo cada vez más en ejemplares marinos como las ballenas, lo que pone en riesgo a aquellas especies que se encuentran en peligro de extinción.
La fluidez con la que se transmiten los sonidos en el agua permite que las especies marinas como los cetáceos se comuniquen con facilidad. Sin embargo, esa misma facilidad para transmitir y multiplicar los ruidos exacerba los provocados por fuentes de ruido humano, especialmente los de los medios de transporte marítimo.
Lamentablemente, los estudios sobre planeación urbana no siempre toman en cuenta a los ecosistemas marinos y el impacto que tiene en ellos la contaminación acústica y el paisaje sonoro, de lo cual a continuación le contaremos.
El paisaje sonoro se conforma por los sonidos característicos de un lugar, que proceden de las actividades de las personas que allí radican. Por ejemplo, el sonido de la lluvia, el canto de los pájaros son sonidos naturales y positivos tanto para humanos como para animales. Sin embargo, los ruidos muy altos que proceden de la música, maquinaria, gritos de personas y otras fuentes que provocan niveles de decibeles tan elevados que perjudican la salud física y mental de las personas.
En los animales marinos se puede observar deterioro de hábitats naturales como lechos de algas marinas, arrecifes de coral y otros, no solo por la sobrepesca y el desarrollo costero, sino también porque los ruidos extremos dificultan a los peces y fauna marina encontrar su hábitat e integrarse debido a que los sonidos naturales de los animales han quedado silenciados.
Los estudios de impacto medioambiental también deben considerar tanto la emisión de ruido, como el posible daño a la fauna acuática, de modo que se pueda mitigar para preservar la vida submarina.
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